La negación es sin dudas la operación que define a nuestra especie. Los animales pueden dar mensajes pero es muy cuestionable que puedan mentir, es decir representarse un hecho distinto del experimentado y transmitirle la dirección equivocada a la, supongamos, inocente abeja amiga que va por polen, mientras las otras se ríen. El significado de “límite” nace de experiencias muchas veces trágicas de nuestros antepasados: “no puedo matar a aquel oso”, “el oso no debería estar despierto; estoy perdido”, “debería haberme quedado en mi cueva, pero no, tenía que buscar miel para quedar como un héroe”.
El contrafáctico es una de las operaciones más complejas del universo y es sólo mediante la negación que puede ser comprendido. Es el “no” que desgarra el pasado y lo vuelve una trama de hilos posibles, y que abre la costura del futuro imposible de conocer. El oso ha ganado, pero el pobre infeliz que quiso quedar como héroe ha lastimado de muerte la estructura del mundo.
Ahora bien, el alma lingüística de los tucumanos expande el universo a niveles impensados, dignos somos de estudio por parte de los antropólogos. Leakey (alguno de esa familia debe quedar), o de un sociólogo de la talla de A. Giddens, cuando no de un buen Freud.
Es que en el terreno de las preguntas nadie sabe jamás como contestarnos, porque preguntamos tautologías. Nuestra cultura erotética es la del “quenó”. ¿No es cierto? ¿No vamos a negarlo, verdad? ¿Nos entendemos igual, no? Sí, No.
La otra espectacular ansiedad gramatical nuestra es la cartelería que ofrece el todo. Hay casos como “Tartas, empanadas y algo más”, que en definitiva tratan de limitar el “más” a las cosas, al mundo empírico a través del “algo”. Pero sin dudas nuestro héroe es el titulado: “panes, dulces y mucho más…”. ¿Qué más? ¿Hasta dónde llegará ese comercio, el connato glorioso de su propietario? Sartre escribió “El ser y la nada”, Heidegger sostenía que la pregunta metafísica es por qué el ser y no la nada. Aquí en Tucumán se ofrece el todo. ¿No es poco, no?